lunes, 20 de octubre de 2014

Mr. Nobody nº 99

Mr. Nobody una noche cualquiera, en un sucio vagón de metro de camino a casa. Un sombrero gris, traje de oficinista, tirantes, zapatos y maletín de plástico. Frío. Olor a sudor y orina. Una mujer frente a él, rubia, evidentemente teñida, con la mirada baja, fija en ninguna parte, cansada, le recuerda sabe dios a quién. Ah, diablos, cómo se llamaba.

Marlene. Sin duda debía de llamarse Marlene. Una mujer mayor, a quién pretendía engañar, pero de aspecto juvenil. Se acercó a ella en algún bar de barrio, poco antes de cerrar, con varias copas de más y ganas de conversación. Le dijo que tenía un peinado gracioso y ella por algún motivo se rió mostrando todos los dientes. Ella observó que él tenía cara de ratón y él le devolvió la sonrisa. Dos perros callejeros oliéndose el culo en aquel bar. Sin más. Se acostaron dos o tres veces aquella semana y después no se volvieron a ver.

El tramo más largo del mundo en aquel vagón solitario. Mr. y Mrs. Nobody, felices para siempre. Gotas de lluvia en el cristal, el ruido de otro tren, los huesos llenos de frío y humedad. Ven conmigo a mi guarida sin luz, Quién diablos es usted, Me llaman Mr. Nobody, Váyase al infierno, suélteme, maldito borracho. Una vez conocí a una mujer, dice él, que se parecía mucho a usted. Pero ella era mucho más simpática.

Mr. Nobody, la luz de una vela a través de una ventana en un edificio de apartamentos. Apestas a alcohol, le dijo Marlene entre risas la última noche. Lo cierto es que era algo habitual. Alcohol, sudor y orina. Mr. Nobody se mira reflejado en el cristal de aquel vagón lleno de gente que se tapa la nariz, mira su camiseta de tirantes, sus pies descalzos y sus pantalones mojados. Se ha hecho pis encima, le dice una niña a su madre señalándole desde una fila de asientos.

Es tu parada, Mr. Nobody. Un día hubo una mujer, una tal Marlene. Se rió de ti en aquel bar y le diste una bofetada. Dos tipos te sacaron de allí y te dieron una paliza. Te rompieron varios dientes. Nadie recuerda a Marlene, nadie la vio entrar jamás a tu portal. Maldito borracho, te dice una mujer mayor, lárgate de aquí, sal de este tren.

Marlene, Marlene, qué peinado tan gracioso tenía.

El último pecado

...mientras que justo a tu lado,
en tu barrio, ese bosque de antenas, ventanas y ruido,
un pobre loco escondido te espera cada día,

de la noche a la mañana,
sólo para ver el amanecer en tu mirada...



miércoles, 5 de marzo de 2014

frío

Hace frío, un frío ártico. Las aceras están cubiertas de placas de hielo. Llueve sin agua, pero llueve. Nieva como debería nevar en Siberia, pero no cae un solo copo.
Frío; un frío gélido. Botas que van y vienen por el asfalto; semáforos en rojo. Pies fríos, tan fríos que duelen, empapados como cristales, doloridos como de haber caminado mil kilómetros.
Corazones fríos, tan fríos que pesan, de color gris oscuro, helados como piedras, afilados como puñales. Hace frío, un frío que duele, que cala.
Blanco y negro; no distinguía colores. Así los ojos dolían menos, así no había contraste, no había nada con que comparar, no había alegría ni pena. Así no podía sentirse demasiado triste ni demasiado alegre. En ocasiones había sido feliz, o había creído serlo, y le había dolido lo mismo o más que la tristeza. El que es feliz, por necesidad debe tener miedo, solía decir. El que sufre, sin embargo, no tiene nada que temer salvo a sufrir un poco más.
El frío estaba bien. La mantenía con los pies sobre la tierra, ni demasiado viva ni demasiado muerta. El corazón tenía que pesar, eso es lo que creía. Tenías que sentirlo en el pecho, tenías que notar sus latidos. No sufrir mucho, pero sufrir para saberte vivo. Sufrir por sufrir, a veces, tal vez. Como una medicina para el alma. Como una penitencia por ser feliz.
De lo que estaba segura, diablos, era de que hacía frío. Un frío ártico, que helaba la sangre, frío como aquella noche de enero. Frío como un corazón triste dentro de un pecho en llamas.