domingo, 9 de diciembre de 2012

despedidas

Charlie se despidió un domingo por la mañana. Sólo pudimos vernos unos minutos aquel día, pero mamá se pasó llorando tres meses enteros. Descuidó su trabajo, descuidó a su familia y, lo peor de todo, se descuidó a sí misma. Charlie dijo adiós y se subió a aquel tren sin saber adónde lo llevaban.

Un día llegó una carta. Todo iba bien, el campamento era seguro y habían rechazado todos los ataques de los insurgentes, el último la noche anterior. Decía Doy gracias a Dios por ayudarme a servir a mi país y ruego cada noche por que vosotros estéis bien y por que me permita volver a abrazaros muy pronto.

Mamá se tranquilizó por un tiempo. No se podía decir que estuviese alegre, pero se permitió sonreír con un chiste que papá contó en la cena de Navidad y, aunque más tarde se quedó dormida en el sillón con una foto de Charlie pegada al pecho, lo hizo con una expresión serena, como si la carta hubiese barrido de un golpe la mayor parte de sus preocupaciones.

Charlie solía decir que servía a su patria y que daría la vida por su bandera. Pero el día que una granada le arrancó el brazo derecho y la mitad de la cara, no había en el cielo ni una sola estrella.

Un día le dije Charlie, no seas idiota, una bandera no es más que un asqueroso trozo de tela. Charlie me tiró al suelo y me rompió dos costillas con sus botas. Pasé dos semanas en el hospital. Él estuvo mucho tiempo sin venir a casa, aunque hablaba con mamá por teléfono. A pesar de todo eso, le eché de menos cuando subió a ese tren.

Charlie volvió pronto. Nos despedimos de él un domingo por la mañana. No nos dejaron ver su cuerpo, alguien pensó que eso sería lo mejor. Sobre su ataúd habían colocado una bandera. La misma bandera que él amaba, la que le había dado la espalda, la que enviaba a sus hijos a la muerte sin dudarlo ni un momento.

Aquella noche soñé con él. Le dije Charlie, hoy había mucha gente en tu funeral, pero nadie lloró. No vino el presidente ni ningún ministro. Nadie quiso darte las gracias por entregar tu vida a una causa que en realidad nadie entendía. Ni siquiera tú, ¿no es cierto? Eres un idiota, Charlie, si al menos hubieras hecho un corte de manga a la bandera y a todos esos gilipollas que te enviaron a la tumba. Pero tú siempre decías que no había más madre que la patria. Dime dónde estaba tu patria cuando intentaste gritar de dolor y no tenías una boca con la que hacerlo, como en Johnny cogió su fusil. Yo te lo diré. Mirando el late night de Jay Leno con una birra en la mano y un trozo de pizza en la otra.

Aquella noche, Charlie se despidió de mí por segunda y última vez. No dijo nada. Simplemente se subió a un tren y saludó con la mano desde la ventanilla mientras se perdía en el horizonte. Dios sabe adónde se lo llevaban.

2 comentarios:

  1. Éste es el que te dije en su momento que me había recordado a una de mis poesías…

    Me gusta mucho tu escrito ^_^ Beso!!!

    ResponderEliminar