domingo, 23 de diciembre de 2012

horizontes

...Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul...

-José de Espronceda, Canción del Pirata

miércoles, 19 de diciembre de 2012

calma

La tormenta fue tan devastadora que después sólo hubo calma.

lunes, 17 de diciembre de 2012

llovía

Llovía a cántaros, pero allí no había nadie para verlo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

nada

Descubrí que, en realidad, nada había cambiado.

?

Me pregunté si dábamos cada paso de nuestra vida para huir de algo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

entonces

En sus ojos vi al mismo demonio.

domingo, 9 de diciembre de 2012

despedidas

Charlie se despidió un domingo por la mañana. Sólo pudimos vernos unos minutos aquel día, pero mamá se pasó llorando tres meses enteros. Descuidó su trabajo, descuidó a su familia y, lo peor de todo, se descuidó a sí misma. Charlie dijo adiós y se subió a aquel tren sin saber adónde lo llevaban.

Un día llegó una carta. Todo iba bien, el campamento era seguro y habían rechazado todos los ataques de los insurgentes, el último la noche anterior. Decía Doy gracias a Dios por ayudarme a servir a mi país y ruego cada noche por que vosotros estéis bien y por que me permita volver a abrazaros muy pronto.

Mamá se tranquilizó por un tiempo. No se podía decir que estuviese alegre, pero se permitió sonreír con un chiste que papá contó en la cena de Navidad y, aunque más tarde se quedó dormida en el sillón con una foto de Charlie pegada al pecho, lo hizo con una expresión serena, como si la carta hubiese barrido de un golpe la mayor parte de sus preocupaciones.

Charlie solía decir que servía a su patria y que daría la vida por su bandera. Pero el día que una granada le arrancó el brazo derecho y la mitad de la cara, no había en el cielo ni una sola estrella.

Un día le dije Charlie, no seas idiota, una bandera no es más que un asqueroso trozo de tela. Charlie me tiró al suelo y me rompió dos costillas con sus botas. Pasé dos semanas en el hospital. Él estuvo mucho tiempo sin venir a casa, aunque hablaba con mamá por teléfono. A pesar de todo eso, le eché de menos cuando subió a ese tren.

Charlie volvió pronto. Nos despedimos de él un domingo por la mañana. No nos dejaron ver su cuerpo, alguien pensó que eso sería lo mejor. Sobre su ataúd habían colocado una bandera. La misma bandera que él amaba, la que le había dado la espalda, la que enviaba a sus hijos a la muerte sin dudarlo ni un momento.

Aquella noche soñé con él. Le dije Charlie, hoy había mucha gente en tu funeral, pero nadie lloró. No vino el presidente ni ningún ministro. Nadie quiso darte las gracias por entregar tu vida a una causa que en realidad nadie entendía. Ni siquiera tú, ¿no es cierto? Eres un idiota, Charlie, si al menos hubieras hecho un corte de manga a la bandera y a todos esos gilipollas que te enviaron a la tumba. Pero tú siempre decías que no había más madre que la patria. Dime dónde estaba tu patria cuando intentaste gritar de dolor y no tenías una boca con la que hacerlo, como en Johnny cogió su fusil. Yo te lo diré. Mirando el late night de Jay Leno con una birra en la mano y un trozo de pizza en la otra.

Aquella noche, Charlie se despidió de mí por segunda y última vez. No dijo nada. Simplemente se subió a un tren y saludó con la mano desde la ventanilla mientras se perdía en el horizonte. Dios sabe adónde se lo llevaban.

domingo, 2 de diciembre de 2012

fin

El día que yo me vaya, dijo el viejo, me dejaré un grifo abierto para que se me inunde la casa. Así alguien se dará cuenta de que me pasó algo y vendrá a sacar mi cuerpo antes de que se corrompa. No quiero que me encuentren tres meses más tarde y que nadie me reconozca.

Cuando ya no esté, las violetas que tengo allí junto al fregadero terminarán por morirse también, poco a poco. Primero se pondrán oscuras, luego se les secarán los tallos y al final se doblarán como si les pesara la vida. Y allí se quedarán por muchos meses.

Los gorriones acabarán invadiendo la terraza. Se posarán por cientos en la barandilla a ver cómo pasa el panadero por la mañana temprano, cómo la gente llega tarde al trabajo y cómo juegan los niños en el patio del colegio, y más tarde, en el otoño, cuando lleguen las nubes, se quedarán allí muy quietos hasta que caiga la primera gota de lluvia, y entonces se recogerán antes que el Sol.

Cuando yo ya no esté, la hierba del parque seguirá creciendo y el Sol seguirá saliendo todos los días. Los jóvenes se enamorarán por primera vez y se sentirán terriblemente solos cada cierto tiempo. Los gatos saldrán a cazar cuando las sombras les brinden un escondite. Los mendigos seguirán pasando hambre.

El día que ya no esté, las campanas de la iglesia tocarán cada hora y con el ritmo acostumbrado. El sacerdote nos dirá lo indignos que somos, o que fuimos, y todo el mundo se golpeará el pecho. Después hablará de vida eterna y mi cuerpo vacío lo escuchará desde la cama, con la boca abierta y los ojos cerrados.

Todo seguirá como de costumbre, como si nada hubiera pasado. Y eso, para ser honesto, es lo que me da más miedo de la muerte.