domingo, 23 de diciembre de 2012

horizontes

...Y ve el capitán pirata,
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul...

-José de Espronceda, Canción del Pirata

miércoles, 19 de diciembre de 2012

calma

La tormenta fue tan devastadora que después sólo hubo calma.

lunes, 17 de diciembre de 2012

llovía

Llovía a cántaros, pero allí no había nadie para verlo.

domingo, 16 de diciembre de 2012

nada

Descubrí que, en realidad, nada había cambiado.

?

Me pregunté si dábamos cada paso de nuestra vida para huir de algo.

jueves, 13 de diciembre de 2012

entonces

En sus ojos vi al mismo demonio.

domingo, 9 de diciembre de 2012

despedidas

Charlie se despidió un domingo por la mañana. Sólo pudimos vernos unos minutos aquel día, pero mamá se pasó llorando tres meses enteros. Descuidó su trabajo, descuidó a su familia y, lo peor de todo, se descuidó a sí misma. Charlie dijo adiós y se subió a aquel tren sin saber adónde lo llevaban.

Un día llegó una carta. Todo iba bien, el campamento era seguro y habían rechazado todos los ataques de los insurgentes, el último la noche anterior. Decía Doy gracias a Dios por ayudarme a servir a mi país y ruego cada noche por que vosotros estéis bien y por que me permita volver a abrazaros muy pronto.

Mamá se tranquilizó por un tiempo. No se podía decir que estuviese alegre, pero se permitió sonreír con un chiste que papá contó en la cena de Navidad y, aunque más tarde se quedó dormida en el sillón con una foto de Charlie pegada al pecho, lo hizo con una expresión serena, como si la carta hubiese barrido de un golpe la mayor parte de sus preocupaciones.

Charlie solía decir que servía a su patria y que daría la vida por su bandera. Pero el día que una granada le arrancó el brazo derecho y la mitad de la cara, no había en el cielo ni una sola estrella.

Un día le dije Charlie, no seas idiota, una bandera no es más que un asqueroso trozo de tela. Charlie me tiró al suelo y me rompió dos costillas con sus botas. Pasé dos semanas en el hospital. Él estuvo mucho tiempo sin venir a casa, aunque hablaba con mamá por teléfono. A pesar de todo eso, le eché de menos cuando subió a ese tren.

Charlie volvió pronto. Nos despedimos de él un domingo por la mañana. No nos dejaron ver su cuerpo, alguien pensó que eso sería lo mejor. Sobre su ataúd habían colocado una bandera. La misma bandera que él amaba, la que le había dado la espalda, la que enviaba a sus hijos a la muerte sin dudarlo ni un momento.

Aquella noche soñé con él. Le dije Charlie, hoy había mucha gente en tu funeral, pero nadie lloró. No vino el presidente ni ningún ministro. Nadie quiso darte las gracias por entregar tu vida a una causa que en realidad nadie entendía. Ni siquiera tú, ¿no es cierto? Eres un idiota, Charlie, si al menos hubieras hecho un corte de manga a la bandera y a todos esos gilipollas que te enviaron a la tumba. Pero tú siempre decías que no había más madre que la patria. Dime dónde estaba tu patria cuando intentaste gritar de dolor y no tenías una boca con la que hacerlo, como en Johnny cogió su fusil. Yo te lo diré. Mirando el late night de Jay Leno con una birra en la mano y un trozo de pizza en la otra.

Aquella noche, Charlie se despidió de mí por segunda y última vez. No dijo nada. Simplemente se subió a un tren y saludó con la mano desde la ventanilla mientras se perdía en el horizonte. Dios sabe adónde se lo llevaban.

domingo, 2 de diciembre de 2012

fin

El día que yo me vaya, dijo el viejo, me dejaré un grifo abierto para que se me inunde la casa. Así alguien se dará cuenta de que me pasó algo y vendrá a sacar mi cuerpo antes de que se corrompa. No quiero que me encuentren tres meses más tarde y que nadie me reconozca.

Cuando ya no esté, las violetas que tengo allí junto al fregadero terminarán por morirse también, poco a poco. Primero se pondrán oscuras, luego se les secarán los tallos y al final se doblarán como si les pesara la vida. Y allí se quedarán por muchos meses.

Los gorriones acabarán invadiendo la terraza. Se posarán por cientos en la barandilla a ver cómo pasa el panadero por la mañana temprano, cómo la gente llega tarde al trabajo y cómo juegan los niños en el patio del colegio, y más tarde, en el otoño, cuando lleguen las nubes, se quedarán allí muy quietos hasta que caiga la primera gota de lluvia, y entonces se recogerán antes que el Sol.

Cuando yo ya no esté, la hierba del parque seguirá creciendo y el Sol seguirá saliendo todos los días. Los jóvenes se enamorarán por primera vez y se sentirán terriblemente solos cada cierto tiempo. Los gatos saldrán a cazar cuando las sombras les brinden un escondite. Los mendigos seguirán pasando hambre.

El día que ya no esté, las campanas de la iglesia tocarán cada hora y con el ritmo acostumbrado. El sacerdote nos dirá lo indignos que somos, o que fuimos, y todo el mundo se golpeará el pecho. Después hablará de vida eterna y mi cuerpo vacío lo escuchará desde la cama, con la boca abierta y los ojos cerrados.

Todo seguirá como de costumbre, como si nada hubiera pasado. Y eso, para ser honesto, es lo que me da más miedo de la muerte.

sábado, 24 de noviembre de 2012

asesinato

Le machacaron el cráneo con un bastón con empuñadura de cabeza de pato. Así se hacía en aquellos tiempos.

jueves, 22 de noviembre de 2012

frustración

Lloraba desconsoladamente.

Sentada en la mecedora sin mecerse, se cubría la cara con las manos y se lamentaba. Algo le oprimía el pecho y sentía que su corazón era un poco más pequeño que otros días.

Los animales.

Gritaba pero nadie la oía. Solía soñar que gritaba mientras alguien trataba de asfixiarla con la almohada, como en las películas. Gritaba pero no le salía la voz del cuerpo, Dios sabe por qué.

Aquellas bestias.

Rodeada de botellas vacías que rodaban por el suelo hasta que chocaban contra alguna pared. El dolor en las costillas, la cabeza a punto de estallar, las ganas de morir. Qué frustración, gritar sin ser oída.

Las putas bestias. La naturaleza debería hacer algo al respecto, pensaba.

La naturaleza, por su parte, opinaba algo muy diferente.

Qué frustración, la suya. Qué rabia. Y por eso lloraba desconsolada sobre una mecedora estática, y por eso soñaba con almohadas. Las costillas se le clavaban en los pulmones y sólo repetía una y otra vez: esos animales, esas putas bestias.

Teníais que haber visto cómo lloraba.

lunes, 29 de octubre de 2012

incógnita

Él trató de consolarla diciendo Todo saldrá bien. Pero no especificó qué era exactamente lo que saldría bien.

miércoles, 22 de agosto de 2012

la jaula

Olvidada espera la bestia en la jaula con forma de espiral. Camina de lado a lado como un felino salvaje que ve al otro lado de los barrotes un trofeo apetitoso. La bestia muere cada día y resucita cada noche y se le va la vida aguardando un momento que nunca llega. Son muchos años y la jaula es cada vez más pequeña, y como en aquel Loco tocado de la maldición del cielo de Panero, la vida se pudre a sus pies como una rosa, y la bestia aguarda y aguarda el momento.

Y un buen día la bestia se detiene y se pregunta si aquello que espera no ha sucedido ya, si no ha pasado frente a su jaula sin avisar y sin ni siquiera pararse a hablar con él, si no se le va la vida como a un loco caminando de un lado a otro esperando algo que nunca va a ocurrir porque su vida finalmente se pudrió como una rosa enferma y aquella clase de fortuna, aquel avatar con el que la esperaba, nunca se atrevió a acercarse por aquel lugar que emanaba un profundo olor a podrido donde un animal como cualquier otro miraba más allá de los barrotes esperando encontrar en aquello una imagen de la vida que le esperaba o la fotografía de un sueño que nunca se iba a cumplir.

Olvidada espera la bestia en la jaula con forma de espiral un momento que nunca llega.

jueves, 21 de junio de 2012

¿terrible?

En la oficina no se habla de otra cosa: «¿Te enteraste?, por lo visto sobrevivió». Al rato caigo. Un vecino de la zona. De alguna manera acabó con un hacha enterrada en el cráneo. Como en esa novela de Dostoievski. Me imagino la escena: alguien, probablemente su mujer, aguantando el hacha por el mango para evitar que se mueva y cause males mayores. Él, como salido de una película de serie B, cómico pero de un modo grotesco, en estado de choque, como le gusta decir a la prensa sensacionalista, sin saber bien lo que está pasando. Pero vivo.

«Le entraron a robar y el tío les plantó cara y mira», dicen. Una banda de rumanos, según declara la policía. De momento no hay detenciones. Me lo imagino en el hospital, tomando consciencia poco a poco, como en Johnny cogió su fusil. «Tengo un hacha en la cabeza. Un hacha. Me atraviesa el cerebro de lado a lado.» Lo normal es imaginárselo en coma, al borde de la muerte. Pero una parte morbosa de mi cerebro elige una imagen más atroz, más cruel. Un hombre está en un hospital con un hacha enterrada en la cabeza. Consciente.

Solía interesarme por el funcionamiento del cerebro. Recuerdo algunas cosas. La división de Brodmann; el área de Broca, motor del habla; la de Wernicke, función auditiva; el giro angular... Me pregunto qué áreas del cerebro del tipo se habrán visto afectadas. Si volverá a caminar o a mover los brazos o a hablar o a ver una película. Desde luego, ya no será la misma persona. Cada pequeña alteración en el cerebro te convierte en otro individuo distinto. Tal vez no muy diferente, pero sí distinto.

El periódico local de ayer dice: «Muere un hombre de 36 años al ser atacado con un hacha». Recuerdo que alguien dijo: «Qué horrible, tan joven». Es curioso. Me pregunto si soy la única persona del planeta que piensa que lo realmente terrible es sobrevivir a una cosa así.

domingo, 3 de junio de 2012

un momento para cada cosa

El viernes recordé algo.

Una vez, en el colegio, un chico se acercó a donde yo estaba sentado y me preguntó: «¿Tú no tienes amigos?». Años después he desterrado prácticamente todos los recuerdos de mi infancia (no hay en ella nada digno de recordar y casi nadie a quien echar de menos), pero estoy seguro de que nunca he sido demasiado sociable. Soy un tipo muy callado, hablo menos de lo que escribo y apenas escribo últimamente. De niño pasaba mucho tiempo solo, no por imposición sino porque me gustaba. Alguna vez jugaba con alguien, tirábamos unas canastas o simplemente hablábamos de cualquier tontería, pero siempre he intentado tener un rato para alejarme de la gente. Tal vez por eso me gusten tanto los gatos callejeros.

Ahora, ya un poco más viejo, con más amigos y con pareja, me he vuelto un poco más "familiar" y menos "arisco", pero sigo disfrutando muchas veces de comer solo o beber solo. Me gusta visitar una cervecería cercana, sentarme en la última mesa y tomarme unas jarras leyendo un libro mediocre o preparando el curso de Android, y sigo poniéndome nervioso cuando hay mucha gente alrededor, cuando oigo niños llorando o cada vez que voy al supermercado.

«¿Tú no tienes amigos?» Sonreí al recordarlo, contento de que el tiempo y la mala memoria hubieran enterrado la mayor parte de mi vida. Pasó un camarero y me lo imaginé haciéndome la misma pregunta, pero se limitó a saludarme: «¿Qué tal, hombre, cómo te va?». Le hice un gesto con la mano y seguí leyendo sin pensar en nada más.

miércoles, 23 de mayo de 2012

siempre nos quedará...

No era más que el bar de la estación, ya lo sé. Supongo que desde tu pedestal me lo habrás estado recordando todos estos años. Tú no eras Ingrid Bergman, ni siquiera llevabas un bonito peinado. Tenías el pelo mojado porque habíamos dejado olvidado el paraguas en el tren y aquella tarde llovía como no había llovido en años. Yo tampoco era Bogart, no vestía un traje elegante ni pajarita. Me hacía falta un buen afeitado y dormir algunas horas. Y sin embargo todo aquello me pareció la escena de cualquier película.

Tú mirabas las nubes al otro lado de una ensalada americana que no habías querido probar, y yo bebía sin sed una cerveza sin gas mientras pensaba que en tu cabeza ya estarías a varios años luz de allí. ¿Puedo retirar?, preguntó la camarera, y tú dijiste: Sí, y después, dirigiéndote a mí: ¿Vamos? Apuré los últimos rayos de luz y dejando un billete sobre la mesa contesté secamente: Sí, ya es tarde.

No fue una gran despedida, no hubo fuegos artificiales, nadie dijo nada inteligente. No nos quedaba París, ni Berlín ni ninguna otra ciudad. No había nada nuestro, ni siquiera una canción. Ningún lugar en el que pudiéramos encontrarnos otra vez años más tarde.

El avión era un Boeing 737-800, pequeño, simple. Lo vi entrar en la pista y quedarse quieto unos segundos antes de tomar impulso. Me pregunté en qué ventanilla estarías y si me estarías viendo allí, de pie tras la cristalera de la terminal, con las manos en los bolsillos y sin expresión. No recuerdo qué pasó después. Supongo que tu avión despegó y que mi pensamiento tomó otros caminos. Y cuando desapareciste entre las nubes, simplemente giré sobre mis talones y me fui a casa, como un día cualquiera, como si volviese de trabajar. Tú, por tu parte, apoyaste la cabeza en el asiento y te quedaste dormida sin pensar en nada en particular. Al fin y al cabo, no eras Ingrid Bergman y yo, decididamente, tampoco era Humphrey Bogart.

sábado, 5 de mayo de 2012

el callejón

¿Puede apartarse, señor?
No, dijo el viejo.

En ese momento llegábamos a pie al callejón y lo vimos de espaldas, arqueado como siempre lo he visto, dándole la espalda a un todoterreno negro. La mujer quería aparcar en la acera, pero el hombre se negaba a apartarse. Se volvió y, moviendo los brazos en actitud desafiante, le dijo que tenía toda la ciudad para aparcar. Allí, allá, donde le diera la gana.

Conozco de vista al viejo desde hace un par de años. Es bajito y delgado, debe de tener más de ochenta años y suelo verlo con una boina y las manos cogidas a la espalda. Tiene cara de bueno, si es posible tener cara de algo. Nunca se mete con nadie, nunca da problemas. Camina despacio, pero creo que no es cosa de la edad sino más bien de su forma de ver la vida. ¿Y qué sé yo de su forma de ver la vida?, se preguntarán. Bueno, sé algo: da de comer a los gatos.

La mujer empezaba a impacientarse.
¿Quiere apartarse, no ve que voy a aparcar?
No, no va a aparcar, tiene toda la ciudad para hacerlo. Camine un poco.
Lo comentábamos mi amigo y yo. Esa necesidad que tiene la gente de aparcar en la misma puerta. Luego, eso sí, ponen el grito en el cielo cuando la grúa se lleva su BMW de cuarenta mil euros. Ya no espero que respeten a los peatones (eso en España no se lleva), pero al menos podían tener consideración con los gatos.

Y lo mismo pensó el viejo, claro. Acababa de ponerles unos garbanzos a una manada de unos diez o doce. Alguno se quedó mirando el morro amenazante del coche, un morro como de un animal salvaje y despiadado. Pero no se iban de allí. El viejo estaba en medio y la bestia lo respetaba.

Al final la mujer se cansó y se fue. Imagino que se rompió la cadera por tener que caminar más de veinte metros después de aparcar en la calle de al lado. Los gatos, por su parte, no le dieron demasiada importancia, y bajo la amable sonrisa del viejo siguieron allí apelotonados dando cuenta de los garbanzos. Fue el gesto bonito del día.

lunes, 16 de abril de 2012

envidia


Tengo envidia de ti, pequeña estatua de mármol;
de lo lenta que es para ti la caída de una hoja y la puesta de sol,
que no obedece al tiempo ni a ningún artificio humano
ni se rige por las leyes de los hombres.

domingo, 8 de abril de 2012

el diablo

-Vivíamos en un pueblo pequeño en Extremadura, al sur, bastante al sur. Yo no me acuerdo bien porque me parece que fue hace una eternidad. Sólo me viene de vez en cuando algún recuerdo aislado.
»Pero sí recuerdo que había una señora, Juana o algo así se llamaba. La Juana, sí. Una mujer muy mayor, que no andaba muy bien de la cabeza. Y a veces después del colegio nos íbamos unos amigos y yo a tomar algo a un bar que llevaba un amigo nuestro. Les decíamos a nuestros padres que nos quedábamos estudiando y en realidad íbamos allí a beber. Y casi siempre aparecía esta mujer por allí y nos soltaba un sermón que a mí nunca se me olvidará. Era muy graciosa, la mujer, y siempre nos decía... cómo era... nos decía: "El diablo habita en las botellas y en las columnas de humo".
»Algo así, y dicen -porque yo no lo recuerdo- que un día nos habíamos pasado bastante con la bebida y vino la mujer y nos soltó la frase de turno, y que yo me quedé mirándola fijamente y le dije: "Juana, usted es una idiota y una loca, pero puede que tenga razón, y, en ese caso, ojalá hubiera conocido al diablo hace muchos años".
»Y la pobre mujer salió de allí hecha una furia, santiguándose y murmurando no sé qué... En fin, era... fue una época divertida, la recuerdo como una juventud bastante divertida, la verdad. Pero qué tiempos, joder, cómo pasan los años... -Dio una calada, apoyó los codos sobre la mesa de la cocina y miró por la ventana-. Es increíble cómo corren los años...

martes, 3 de abril de 2012

extraño

¿Cuánto tiempo pasaste intentando reconocer la cara del extraño frente al espejo?
¿No te entró el pánico? ¿No quisiste salir corriendo, huir de allí para siempre?
¿Cuánto tiempo te llevó entender que era imposible?
Y entonces devoraste un libro tras otro, y una película tras otra... y bebiste hasta desmayarte sólo para no sentir el suelo bajo tus pies.
Y pasaste una noche entera en el suelo sujetando una rosa entre los dedos, ardiendo como el veneno de un animal extinto, sintiéndote extraño.
Extraño. Como una nube de tormenta sobre un desierto de arena demasiado blanca para ser de este mundo.

jueves, 29 de marzo de 2012

buenos tiempos

Se despertó con unas ganas terribles de escuchar música, pero no había música por ninguna parte. Quiso decir buenos días, pero tampoco había nadie a quien decírselo. Hacía años que Lucas ya no estaba. Ahora sólo tenía un banco de piedra, una manta y un vaso de plástico con un poco de coca cola sin gas. La luz naranja de las farolas la molestaba un poco y se dio la vuelta. Entonces se dio cuenta de que le dolía terriblemente la cabeza y de que no podría volverse a dormir.

Contuvo una arcada y se levantó. Caminó un poco para despejarse. Se frotó los ojos y bostezó. Pensó en hablar con Dios, pedirle ayuda, pero hacía mucho tiempo que Dios ya no escuchaba. Supongo que debería sentirme sola, se dijo. Pero sólo se sentía extraña. Por primera vez en días estaba sobria, y eso para ella era como caer desde un quinto piso. «Jodida», dijo cuando en su mente Lucas preguntó cómo se encontraba. «Jodida, Lucas, cómo voy a estar.»

No le gustaba estar sobria; se ponía a recordar los buenos tiempos. Los dieciséis, tan lejos ya, cuando conoció a Rubén y a los chicos y cada fin de semana se ponían hasta el culo de pastillas que ni siquiera sabían bien lo que eran. Bailar hasta las mil y desayunar una pizza caliente en la panadería de siempre. Los buenos tiempos, cuando había dinero y no tenían que pasar hambre.

Y luego Lucas, en primer año de Periodismo. Alto, con una espesa barba, de aspecto graciosamente distinguido. No hablaba mucho, pero sonreía a menudo; y si ella le hacía alguna pregunta personal, sobre sus padres o dónde vivía, él se limitaba a cambiar de tema. Era un muchacho reservado, todo el mundo lo decía; simpático, pero reservado. Y movida quizá por una mezcla de curiosidad o ternura o intriga o todo a la vez, ella había accionado la maquinaria de aquel pequeño universo para conseguir abrir sus puertas. Y en cierto modo lo había conseguido.

Lucas había pasado de ser un estudiante brillante con un futuro prometedor a engancharse al éxtasis y la cocaína. Había dejado de ser un joven fuerte y guapo para ser la sombra de un esqueleto de párpados cansados y labio caído. Había pasado de sonreír a menudo a llorar cada vez que no podía pillar nada. De una vida llena de comodidades a tener que llevar los mismos calzoncillos durante días. Del «Me apasiona el periodismo» al «Qué cojones hago aquí».

Y ella había llorado muchísimo, por supuesto. Aquella mañana de nieve, cuando se puso a empujarlo cada vez más fuerte hasta tirarlo del banco y ni aun así movió un solo músculo. Ella había notado el cuerpo frío y rígido, pero nunca había llegado a hacerse a la idea de despedirse de Lucas. Daba por sentado que siempre estaría ahí, que siempre la abrazaría las noches de invierno. Que la droga era algo pasajero, que lo dejarían, que se irían a vivir a un piso cualquiera y empezarían de cero. Que estar sobrios no sería algo tan malo.

Pero resultó serlo. No había nada, ni una mala cerveza que pudiera alejarla de aquella realidad. Ni un sueño, ni un buenos días, ni siquiera unos brazos de escarcha alrededor de sus hombros. No había poesía en todo aquello, no había literatura ni belleza; no había prozac ni noches pegada a la botella, ni Lucas ni Rubén ni los chicos ni nadie que se preguntase dónde carajos andaba. Sólo había una manta, un periódico derechista y restos de una coca cola que alguien no quiso terminar.

miércoles, 14 de marzo de 2012

medicina para el alma

Entonces tenía otro nombre, pero ¿quién se acuerda ya de eso?

                Niemand erinnert sich nicht mehr.

Supongo que lo hemos olvidado con los años o que nos hemos acostumbrado a llamarla de otra forma.

Él pidió algo así al entrar en la farmacia. Recuerdan que dijo algo como "Vengo a por mi medicina para el alma".

No era necesario tener una receta. Si un día no podías respirar, si se te quedaba atascada la risa o te fallaban las fuerzas, ibas a cualquier farmacia y pedías una dosis. No era barata pero valía la pena. El mundo se volvía un poco menos gris alrededor.

Lo llamaban el recurso de los cobardes, eso sí lo recuerdo. También decían que era de cobardes la literatura, la música y todo lo que te alejara de la realidad. Se trataba de una minoría que defendía la realidad por encima de cualquier felicidad artificial. Incluso había una facción radical, que negaba la felicidad y reivindicaba el sufrimiento como estado natural del ser humano. Pero no había mucha gente a la que le gustase sufrir.

La medicina para el alma te despejaba los bronquios, relajaba tu estómago y te hacía creer que eras feliz. Y en aquel tiempo cualquier mentira podía ser mejor que la verdad.

Por eso pidió medicina para el alma. Porque quería sentirse vivo de nuevo. Porque pensaba, Y qué cojones hago si no, y qué hago con el dolor del pecho, o con el tiempo perdido, o con las lágrimas que nunca llegaron a salir.

De vez en cuando deseaba volver a sentirse como un niño. Dormir toda la noche, mancharse la camiseta con helado de chocolate, hacer el mayor castillo de arena jamás visto. Quería volver a leer aquellos cuentos en los que volar era tan sencillo como pensar en algo agradable y tu mayor enemigo era un pirata al que le faltaba una mano.

Y dando tumbos por la calle echaba a correr el reloj, porque no tenía prisa, porque en casa le esperaba el sentirse un poco más solo y un poco más borracho, algo más enfermo y muchísimos años más viejo.

martes, 6 de marzo de 2012

una mirada atrás

Quién les iba a decir que llegarían a celebrar los cuarenta. Nadie habría apostado por ello en un primer momento, desde luego. Para empezar, una cesárea con complicaciones y las interminables pruebas médicas de los primeros años. No es un buen comienzo, si uno se pone a pensar.

La sonrisa triste de aquel médico tan amable, el doctor Pons, que siempre los miraba con una mezcla de curiosidad y condescendencia. Hacía tantos años ya... y sin embargo no habían olvidado ni un detalle de aquel rostro más bien redondo ni de su espesa barba, o aquellas gafas minúsculas que le hacían envejecer toda una vida de repente cuando se las ponía para leer los resultados de las pruebas.

El colegio, los años más difíciles, el rechazo y la crueldad de los otros niños o incluso de muchos padres de alumnos. La baja autoestima, la soledad, la profunda tristeza. El Nunca seremos como los demás.

Aquellas chicas, años más tarde, a esa edad en la que el miedo a lo diferente empieza a difuminarse... al menos en algunas personas. Los primeros rechazos amorosos, las discusiones, los Me estás arruinando la vida. El paso del tiempo, los verdaderos amigos. Las depresiones, los Por qué somos diferentes. Las lágrimas sin palabras en mitad de la noche.

Cuarenta años. Quizá no era mucho para la gente normal, pero para ellos era todo un récord. Habían superado  con creces sus propias expectativas y las de los demás. Por eso, desde su perspectiva del tiempo, daba vértigo echar la vista atrás, y resultaba difícil hacer un balance de malos y buenos momentos. Habían sido felices, por supuesto, y en cierto modo lo seguían siendo, pero los momentos perdidos pesaban en la espalda como sacos llenos de piedras.

A pesar de todo se pusieron en pie y dedicaron una sonrisa a todas aquellas personas que habían acudido a la fiesta en el bar de siempre. Allí estaba Laura, de la oficina, con un precioso vestido rojo y una copa de color naranja en la mano. Y su primo Esteban, al que no veían desde hacía tres años, embutido en su americana y con una corbata horrenda. Allí estaban los que habían estado siempre, los amigos que no se habían ido ni se irían.

Jorge levantó la mano derecha y Alex la izquierda. Bebieron al grito de ¡Salud!, con los ojos cerrados, cada uno imaginando cómo habría sido su vida en otras circunstancias. Si hubieran nacido separados, si no hubieran tenido que conformarse con el control de un solo brazo o de una sola pierna. Si hubiese tenido cada uno su propio cuerpo y hubiesen vivido como el resto de la gente.

sábado, 11 de febrero de 2012

La fábrica de sueños

He oído que la realidad es mentira, que no existe tal cosa. Que nos preocupamos por lo que no es, que nos enfadamos por lo que no lo merece. Que nos empeñamos en ser felices donde la felicidad ha hecho las maletas y donde dicen que sólo llevaba billete de ida. Que nos despertamos siempre a la misma hora para contar los segundos hasta volver a soñar de nuevo.

He soñado con personas que aún amo y que ya no están aquí. Las he visto y me han dicho que no pierda el tiempo pasándolo mal, que todo pasa, todo termina. Que la verdad sólo la conocen los músicos y los poetas. Que ve más un loco o un borracho que una rata de biblioteca. Que sabe soñar mejor el violinista que toca bajo la muestra de una taberna con dos monedas sobre una manta que el más rico de los empresarios.

He comprendido que la verdad sólo existe en las mentiras. Que la obra es lo que se desarrolla detrás del telón. Que da más luz un cabo de vela que una hilera de farolas eléctricas. Que prefiero ser un halcón antes que un árbol. Que huele mejor la posada del Almirante Benbow que algunos restaurantes de lujo. Que se viaja mejor en La Hispaniola rodeado de amotinados que en cualquier avión rodeado de niños. Que sabe mejor la cerveza que el café.

Que, si la realidad es mentira, lo más prudente es alejarse de ella.

Ejemplo ("A veces siento al despertar / que el sueño es la realidad"):


Bonus: