miércoles, 13 de julio de 2011

Entrevista con A.

Salió en todas las noticias: su cara, su nombre, una grabación de cinco segundos en la que lo sacaban del furgón de la Guardia Civil a cara descubierta y que no dejaban de repetir a todas horas... No paraban de decir éste es el presunto asesino de tal, como diciendo quédense todos con su cara por si lo ven por ahí. Era un tipo joven, tendría treinta y pocos, alto, delgado, pelo corto. Y por supuesto, después de repetir cincuenta veces la toma del furgón, salían algunas vecinas diciendo era un chico muy normal, iba a trabajar todas las mañanas, me decía hola cada vez que me veía... Muy normal, o sea que no tenía cuatro brazos ni la piel de color verde ni nada.

Y en el bar decían ahí es donde tiene que estar, ahí se pudra, tú te crees que se le puede hacer eso a un ser humano. Y yo saboreaba mi café y pensaba está bien, así deben ser las cosas.

Pero días más tarde volvieron a hablar de él -llamémosle A.-, y se supo que la víctima había sido un antiguo compañero suyo del instituto. Al parecer éste no le había hecho la vida nada fácil a A., lo había torturado y humillado durante años junto a otros compañeros y esto le había causado, según los informes, graves daños y trastornos psicológicos. Por ejemplo, nunca había tenido pareja porque le suponía un enorme esfuerzo tratar con otras personas. También había sufrido episodios de agorafobia, crisis de ansiedad y trastornos del sueño. No podía optar a un trabajo para el que tuviera que salir de casa ni podía salir a hacer la compra, se la tenía que llevar algún familiar. Las continuas agresiones lo habían marcado tanto que no podía hacer una vida normal. Esto hacía que las cosas ya no fuesen tan sencillas.

Durante semanas estuve reflexionando en casa hasta que al fin tomé una decisión: consistía en tomar un tren e ir a visitar a A. Quería escuchar su historia, la de verdad, no la de la televisión.

Me recibió una mañana. Haciéndome pasar por estudiante de periodismo conseguí que nos dejaran celebrar la entrevista en un pequeño despacho vigilado. Insistí en que la vigilancia no era necesaria, pero aun así ordenaron a un funcionario estar presente con nosotros, lo cual me incomodó un poco porque pensaba que tal vez A. no sería del todo sincero o que evitaría mencionar determinados puntos, pero no fue así. En realidad se mostró muy agradecido conmigo por querer escucharle, y yo con él por aceptar contarme su historia. Nos sentamos en sendas sillas de cuero rojo, uno frente al otro, y yo saqué mi grabadora. Esto fue literalmente lo que dijo:

-Mira, no va conmigo lo de ir de víctima, yo sé lo que hice y sé que esto es lo que hay, que ahora tengo que pagar por ello. No es justo pero así son las normas. Un día dejas atrás el colegio, el instituto, todos esos años perdidos, toda esa porquería de exámenes y de que te metan seis, siete horas en una sala con treinta desconocidos que te dan asco; lo dejas atrás y piensas que eres un poco más libre, encuentras un trabajo que no es el trabajo de tu vida pero que te da para ir tirando. Ahí he tenido suerte porque a mí no me pidieron titulación ni historias de ésas, yo les demostré que sabía hacer ese trabajo y me contrataron, y encima me dijeron que podía trabajar desde casa. Pues qué iba a hacer, me da para pagar el alquiler y la comida, no me puedo quejar. Ahora eso lo perdí, claro.
»Cuando vine a vivir aquí pensé que ya había roto con mi infancia y que no tendría que aguantar más toda esa basura, pero dos años después de instalarme, cuando las cosas me iban bien, salí una tarde a la calle y vi de lejos a uno de los hijos de puta que me habían hecho la vida imposible en el colegio. Iba de la mano con su mujer y su hijo y yo los seguí con la mirada hasta que él sacó las llaves y entró en un portal, y yo me quedé con el número y la calle. Quedaba bastante cerca de mi piso.
»De todas formas intenté no darle demasiada importancia, yo no solía salir y cuando lo hacía era de madrugada, así que era improbable que nos encontrásemos.
»Pero los días siguientes me quedé en casa pensando y recordando y la idea de que estuviera cerca era como volver al colegio y volver a pasar por lo mismo otra vez. E intenté por todos los medios no recordar y distraerme con otras cosas, pero es que era imposible... me resultaba imposible. Y claro, un día tras otro, los recuerdos van saliendo a la luz y van haciendo presión, y ya hubo un momento en que no conseguía estar tranquilo ni siquiera en casa.
»Una tarde salí a dar un paseo para relajarme, aunque por lo general los paseos no me relajan en absoluto, y tuve la mala suerte de cruzármelo de frente. Él se paró en seco y se me quedó mirando pero yo pasé de largo. Sin embargo unos pasos más adelante me dio una palmada en la espalda y me llamó con el apodo con que me torturaban en el instituto, y al reírse, su cara quedaba tan cerca de la mía que su aliento me golpeaba en la mejilla, y entonces lo vi con la misma cara que tenía cuando yo lo conocí, como si no hubiera cambiado nada.
»¿Sabes esa expresión, perder los estribos? Es decir, cuando algo en lo más profundo de tu mente, como si fuera otra persona, te dice tranquilo, yo me encargo, relájate y disfruta del espectáculo. ¿Te ha pasado? Es como si te vendaran los ojos, o como si te sedaran y te despertaran cuando la función hubiera terminado, cuando ya no tuviera vuelta atrás. Recuerdo que cuando me pasaba en el instituto, al momento de despertar siempre me preguntaba: ¿qué ha pasado aquí? ¿Qué he hecho ahora? Y a veces había un chico en el suelo con la nariz rota y otras veces era yo el que estaba en el suelo. Pues el problema es que con el paso de los años esto empieza a no ser tan divertido, y cuando pierdes los estribos y tienes sobre los hombros el peso de todos esos años de instituto, esa otra persona del fondo de tu mente ya no se conforma con romper una nariz o un brazo.
»También es que la forma de pensar de una persona cambia a lo largo de la vida, es lógico. No puedes pretender que tu experiencia vital pase por tu lado sin afectarte de alguna forma. Y al principio lo que quieres es simplemente pegar a las personas que se meten contigo, porque no sé cómo serán otros casos pero a mí en el colegio no me hacían ni caso cuando denunciaba estas cosas. Siempre me decían es que eres una manzana podrida, es que no estudias ni dejas estudiar a los demás, te metes con todo el mundo, etcétera etcétera, pero a mí nadie me ayudaba. Es que era mucho más bonito mirar hacia otro lado y echarle la culpa al que no se va a defender, lo que no interesaba era abrir los ojos y que se viera que ahí había un problema.
»Bueno, pues el caso es que con el paso de los años vas viendo que es que aquí nadie te va a ayudar y que si quieres solucionar un problema tienes que hacerlo tú mismo, y el que piense que estamos en un país justo está muy equivocado. No es un país justo en absoluto, y te explico por qué.
»En las noticias sólo hablan de que soy un asesino, de que el pobre hombre ya tenía su familia y había hecho su vida, que era un hombre muy bueno y que esto y lo otro. Es que eso es lo que vende, lo que desde luego a nadie le interesa es que si lo maté fue porque me había jodido la vida, y a eso es a lo que no hay derecho.
»Y la gente dice de eso ya ha pasado mucho tiempo, eso eran tonterías de niños, etcétera, pero esa gente no entiende la mitad de la película, es que si no has pasado por eso no sabes lo que es. Nadie sabe realmente lo que es sufrir una persecución durante años sin que nadie te ayude y que encima te echen a ti la culpa, te sientes impotente, te quieres morir. Claro, luego te deprimes y lo que dicen es que eres un vago y que no quieres estudiar. ¿Y qué haces? Es que lo que vende es que tú te has cargado a un tío y que eres un asesino y ya está, porque así la gente puede salir a la calle y escupirte e insultarte cuando sales del furgón policial, pero lo que a nadie se le ocurre pensar es que detrás del crimen había unos motivos, ¿comprendes?
»¿Pero qué esperaban? ¿Por qué iba yo a olvidar, porque ha pasado mucho tiempo, como dicen por ahí? ¿Y qué con eso, es que el mal no está hecho igualmente? Yo creo que el odio es el sentimiento más noble del mundo. Es un veneno muy fuerte, es cierto, pero nunca te abandona, te acompaña durante toda tu vida y es lo que luego te da la fuerza para hacer justicia, que es lo que he hecho yo, ni más ni menos.
»Además, que no me vengan con historias, alguien que sólo vive para hacer daño a los demás y que sólo sabe ser una carga para la sociedad no tiene lugar aquí. Yo soy un hombre pacífico, me considero un hombre tremendamente pacífico. Claro, no salgo de casa, ¿qué quieres?, no me meto con nadie, no hago daño a nadie. Pero si hay un problema tienes que solucionarlo. Cuando una cucaracha entra en tu casa, ¿qué haces, le das de comer o simplemente le das un pisotón? Nadie quiere vivir en una casa con cucarachas, no nos importa matarlas porque consideramos que su vida no vale tanto como la nuestra. Es curioso, ¿no? Y entonces ¿cómo pueden intentar hacerme creer que la vida de esta persona a la que ahora los medios de comunicación han convertido casi en un héroe valía lo mismo que la mía, si él no era más que un estorbo, un parásito repugnante, y yo me limito a vivir mi vida lejos de todo el mundo y sin hacer ningún daño a nadie? ¿Cómo pueden tener el mismo valor su vida y la mía? Para mí él no era más que una cucaracha que se había colado por la rendija de la puerta, y yo hice lo que habría hecho cualquiera en mi lugar si hubiera tenido una zapatilla en la mano.
»Pero esto es lo que hay, ahora toca aguantar los años que dure la pena viendo por la tele que soy un asesino sin escrúpulos y que el otro era un pobre hombre que no tenía culpa de nada. Las cosas son así, no puedes hacer nada...

Sin darme cuenta me había quedado hipnotizado. Como decía él, era como si me hubieran tapado los ojos o me hubieran sedado y después me hubieran despertado al final de la entrevista. Vi que se le estaban humedeciendo los ojos, así que pensé que era el momento de dejarle en paz. Pulsé el botón de stop de la grabadora y me levanté muy despacio, sudando por el calor que hacía en el despacho. Quise darle un abrazo pero no me pareció apropiado y simplemente le estreché la mano, le agradecí su tiempo y salí por la puerta con la misma sensación que si me hubieran dado un puñetazo en el estómago.

3 comentarios:

  1. Muy bueno, y muy real el diálogo.

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  2. Gracias, Javier, pensé que esa forma de escribir le daría un toque realista al post.

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  3. Supongo que antes de empezar a hacer juicios de valor hay que conocer bien las circusntancias... Pero con esto de que, encima la gente siempre dicta sentencia mucho antes que un juez, sin que haya muchas veces siquiera hechos probados, ¿qué podemos esperar? Besito!!

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