martes, 21 de junio de 2011

Alfa Canis Maioris

Hablamos de las dos de la madrugada del primero de junio del año 1440. El capitán permanece de pie sobre el castillo de proa, oteando el horizonte del Oeste con su ojo derecho. Nada se ve, tan sólo el reflejo de la luna sobre el mar embravecido, difuminado por la niebla que ya los acompaña desde el decimonoveno día de su partida de no importa qué puerto europeo. La nave avanza a vela llena sobre olas de varios metros que tratan de devorarla, y en uno de los salvajes abordajes cae un hombre al agua sin que nadie pueda ayudarle. Las órdenes son mantener las velas largas pase lo que pase.

El capitán es el único que lleva el cuerpo en jarras. Cincuenta y tres años en el mar le han enseñado a bailar con él y a anticiparse a cualquiera de sus movimientos. Y le está agradecido, ha tenido que pagar un bajo precio: mientras gran parte de su tripulación carece de hasta dos extremidades completas y un ojo o una oreja, señal de las peligrosas rutas que recorren, él sólo ha perdido su ojo izquierdo. -¡Avante, a toda vela! -grita-, ¡aunque ese viejo borracho de Scott no se vea los pies con su catalejo de latón, yo os digo que hay tierra a la vista!

Lleva quince minutos gritando eso mismo, y su voz se alza sobre el rugido del mar al caer sobre la cubierta. Hasta ese momento, sólo dos marineros montaban guardia, pero cuando salió de su camarote como una flecha y dispuso apagar los faroles y ordenó al piloto desviarse quince grados a estribor, tanto los marineros que dormían en las hamacas de proa como los oficiales que se alojaban en los camarotes de popa salieron a cubierta como si se hubiera dispuesto zafarrancho de combate y se quedaron esperando órdenes. Esto confirmó la creencia común de que el capitán dormía apenas dos o tres horas al día y que el resto de la noche se la pasaba en su camarote revisando mapas, haciendo anotaciones en su cuaderno o mirando por las ventanas.

-¡Avante, avante! -grita, porque jura que ve claramente un faro muy luminoso no lejos de allí, una intensa luz que a su entender señala la costa de alguna isla que inexplicablemente no figura en los mapas ingleses pero que sin duda ya han descubierto los españoles o tal vez los portugueses. El viento golpea con furia las velas y el bauprés parece la lanza de un valiente caballero medieval que cabalga hacia su enemigo con decisión y sin titubear.

Y en un momento todo desaparece: la nave acelera rápidamente y comienza a dar vueltas alrededor del palo mayor, casi toda la tripulación cae al agua, las velas se rompen y el trinquete se quiebra cayendo a babor y rozando la cabeza del capitán, que se agarra a él con todas sus fuerzas, mientras el agua se traga poco a poco la embarcación, que comienza a desintegrarse. Entonces una ola gigantesca arranca el trinquete y arroja con él al capitán, y mientras Sirio parpadea en el cielo tan fuerte como el faro de una isla desconocida y lejana, barco y tripulación caen hacia ninguna parte por el borde occidental del mundo.

2 comentarios:

  1. Éste me ha gustado especialmente... Creo que hubiera sido interesante que la tierra fuera plana, después de todo... XD Beso!!!

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  2. Yo habría lanzado ya a más de uno y una por el borde...

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