viernes, 11 de marzo de 2011

Mutter

El llanto atraviesa la gruesa barrera de árboles y el viento lo transporta varios cientos de metros en dirección al río. A pesar del viento, la niebla persiste. Una niebla tan densa que oculta la luz de la luna.
A lo lejos se oye el tenue sonido del agua. La luz difusa de una linterna se abre camino hasta la orilla y poco a poco se va haciendo más nítida. Es una luz anaranjada, mortecina, débil. Tras ella hay un hombre delgado de pelo negro, vestido con ropa oscura. Rema despacio, muy despacio. Parece temer que la linterna pueda apagarse con el primer movimiento brusco.
Antes de llegar al borde del río, salta del bote y descuelga la linterna de proa. Coge también, con cuidado, un cuenco lleno de agua caliente en el que flotan trozos de pan. Ahora el llanto se oye aún más claro.
Se adentra en el bosque y camina alrededor de cien metros a través de un estrecho sendero, al final del cual hay un pequeño claro. Extiende el brazo con la linterna hasta encontrar una reja de acero oxidada en el suelo. Todo es oscuridad al otro lado.
Sin embargo, al ponerse de cuclillas y apoyar la linterna sobre la reja, descubre unos ojos blancos que le miran fijamente. El llanto cesa, y el dueño de los ojos se levanta del suelo y deja ver su cara con total claridad. Tiene la boca totalmente abierta, como si le sorprendiera enormemente la visita del hombre. Pero no le sorprende en absoluto; de hecho, le esperaba ansiosamente. O más bien esperaba lo que el hombre lleva en el cuenco.
Al mirar a la criatura, el hombre de la linterna siente estar mirándose en un espejo. La única diferencia entre uno y otro es el pelo. El pelo negro y espeso del visitante, del que el preso carece por completo.
Lo que ve la criatura es el esbozo de un rostro que refleja una tenue luz naranja. No aprecia el parecido, porque él mismo nunca se ha mirado en un espejo. Probablemente, si lo hiciera, tampoco sabría que la persona al otro lado es él mismo.
De repente empieza a golpear la reja. Está impaciente. Golpea sin querer la linterna y casi la hace caer. Los reflejos del hombre son lo que consigue salvarla y, con ella, la única fuente de luz con la que cuentan.
La criatura está desnuda y el color de su piel es blanco como la leche. Sigue mirando hacia arriba con la boca totalmente abierta y las pupilas escondidas tras los párpados entornados. Entonces el hombre coloca el cuenco sobre la reja y la criatura lo recoge con muchísimo cuidado. Se lo lleva a los labios y comienza a beber a grandes tragos, interrumpiéndose cuando encuentra un trozo de pan para masticarlo con las encías, aunque están ya tan reblandecidos que no es necesario.
El hombre espera a que la criatura termine para llevarse de nuevo el cuenco, pero, cuando aún no ha bebido más que cinco o seis tragos, se le resbala de las manos y cae al suelo, rompiéndose en mil pedazos y haciendo que la criatura se corte los pies al intentar recoger los trozos de pan. Ahora los llantos son gritos de desesperación, y el hombre comienza a sentir una lástima infinita, pero también miedo, a pesar de que sabe de sobra que está a salvo.
La criatura llora y grita y vuelve a mirar hacia arriba y a golpear la reja, dejando ver su vientre sin ombligo y el largo cable insertado en su cuello.
El hombre se asusta, coge la linterna y echa a correr como si le persiguera una manada de lobos. Pero lo único que le persigue es un grito que desgarra el viento y un terrible sentimiento de culpa que le tortura desde hace años. Quizá es de la culpa de lo que huye, aunque sabe de sobra que es inútil.
Llega a la orilla del río, coloca con la mano temblorosa la linterna en el gancho de proa, orienta el bote hacia el lado contrario y empieza a remar. Rema con tanta fuerza que pronto comienzan a dolerle los brazos y la espalda. Los gritos le siguen río arriba mientras la luz se pierde poco a poco entre la niebla.

-Este relato está inspirado (casi de forma literal) en la canción y el videoclip de Mutter, de Rammstein, uno de mis grandes grupos favoritos:

4 comentarios:

  1. Muy bueno, es bastante de terror. Qué grandes los Rammstein, aunque el videoclip no lo conocía... la verdad es que a nivel de argumento me gusta más el cuento.

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  2. Rammstein son grandísimos, quitando algún tema que otro... De hecho son los que me metieron el gusanillo de aprender alemán.

    El cuento es, digamos, una ampliación del vídeo. Me alegra que te guste ;D

    ¡Saludos!

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  3. Pues tengo que decirte que me he re-picado a Rammstein por tu culpa. Llevo dos días rememorando mis tiempos de heavy xD.

    Un saludo.

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  4. ¡Grandes tiempos debieron de ser!

    Por cierto, no había caído en que tenías dos perfiles de Blogger.

    ¡Saludos y Metal!

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