sábado, 11 de septiembre de 2010

Un clásico

Yuri Vasiliev tiene cuarenta años y algunas copas de más. Mírenle bajo la ventana del señor Kuznetsov, cubierto de nieve, haciendo esfuerzos para mantenerse en pie y con la nariz tan colorada como un tomate maduro.
Oh, ¿he mencionado que es de noche? Bien, esto es importante, porque Yuri Vasiliev suele ser más valiente cuando todo el mundo duerme. Claro, el hecho de que haya bebido más de la cuenta también ayuda.
Diré también, pues me siento obligado a decirlo, que el señor Kuznetsov está sordo como una tapia y tiene el inexcusable efecto de ser una persona confiada. Por esto último, suele dejar la puerta de la calle abierta, incluso cuando nieva, como esta noche. Su criada, la dulce y amable Lena, que se encuentra de vacaciones, siempre le pide a gritos -pues, repito, el señor Kuznetsov es muy duro de oído- que se acostumbre a cerrarla, porque es un trabajo realmente penoso tener que limpiar la nieve de la entrada todas las mañanas. ¡Dulce Lena, ahórrate el esfuerzo!, ¿no ves que no te hace ni caso?
Yuri Vasiliev se dirige a la entrada y abre lentamente la puerta, que rechina con un estruendo de mil demonios, y se encamina a la oscura escalera que da al piso de arriba. Algunos vecinos dirían más adelante que les despertó el ruido y que pensaron que el señor Kuznetsov había salido a pasear, pero que inmediatamente lo habían descartado porque aquellas horas no eran las más apropiadas, especialmente por el tiempo tan desapacible que hacía.
Volviendo al señor Vasiliev, ahí lo tienen, de pie frente a la puerta del dormitorio del señor Kuznetsov, con la respiración acelerada por los nervios y el sudor perlando sus sienes. Tarda unos segundos, pero finalmente se decide y abre la puerta. Lo encuentra en la cama, emitiendo ronquidos como rugidos de un animal salvaje. Se acerca a él y lo mira de frente, y sin dudarlo saca de su chaqueta un enorme cuchillo. ¡Oh!, ¿tampoco había mencionado que llevaba un cuchillo encima? Bien, si hubiera hablado de su chaqueta, probablemente habrían adivinado ustedes que dentro llevaba un cuchillo. Era obvio, ¿verdad?, nadie irrumpe en el dormitorio de alguien en plena noche si no es con malas intenciones.
Pues bien, Yuri Vasiliev saca el cuchillo y... se lo clava en la garganta. El señor Kuznetsov se lleva las manos al cuello, saca la lengua y hace un gesto de dolor, permítanme decir, cercano a la sobreactuación. Entonces, sencillamente, muere.
La alegría de Yuri Vasiliev, comprenderán por tanto, dura muy poco. ¿Qué ha hecho?, ¡ha sido todo tan fácil! Una víctima sorda, una puerta abierta, nocturnidad, un cuchillo... ¡Se lleva las manos a la cara y dice: Dios mío, Dios mío! Ahora tiene motivos para llorar: ¡Es tan prosaico, tan poco artístico...! ¡Tantos meses planeando el asesinato para acabar cometiendo un clásico!

3 comentarios:

  1. Es que ya no se sabe morir como antes...

    Aún así, creo que es grave que alguien planee un asesinato, pero que alguien lo planee para que sea "artístico", es demostrar una carencia de escrúpulos increíble o que se está como una regadera... Besos!!!

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  2. Eh, que las regaderas aportan cosas útiles a la sociedad. Los asesinos... bueno, quizá a algunas partes de la sociedad puedan serles útiles, pero...

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