martes, 28 de septiembre de 2010

Lana

Ocurrió en noviembre de 1878. Lana estaba sentada bajo el sauce del jardín. Llevaba el vestido blanco y tenía un libro sobre las rodillas. Se había adornado los rizos de color caoba con el tulipán blanco que había cortado para ella el día anterior, y parecía una de esas figuras de hadas de porcelana que encontré después dispersas por toda la casa.
La llamé y la saludé con la mano pero ella no me miró, y yo no pude hacer nada.
El cielo se cubrió de nubes y empezó a llover, y yo entré en casa a por mi paraguas para Lana. La conozco muy bien y sé que no pensaba moverse de allí, y yo no quería que se resfriase.
Pero mi paraguas no estaba en su sitio y no lo encontré por ninguna parte, así que no pude hacer nada.
Oí un ruido y me asomé a la ventana, y vi aquella furgoneta junto al sauce y a aquellos cuatro tipos tapando la boca de Lana y metiéndola a la fuerza en la parte de atrás. Mientras bajaba corriendo las escaleras, un fuerte derrape me hizo temer lo peor y, al salir de casa, sólo pude ver aquel trasto sorteando los carros de caballos a lo largo de la avenida de adoquines, mientras algunas personas, presas del pánico, intentaban huir por las callejas y otras se habían quedado paralizadas mirando aquel extraño prodigio que se alejaba calle abajo.
Aquellos tipos se llevaron a Lana y yo no pude hacer nada.

Mientras observaba los trozos de valla y las marcas de los neumáticos en el jardín, me preguntaba cómo demonios me habían encontrado, pero ahora mi pregunta es muy diferente: ¿adónde se la han llevado?
Ahora, en 1960, indagando en su historia familiar, me desespera no haber encontrado una sola mención a aquel hecho que pueda servirme de pista; sólo la sospecha de que la encontraré en el momento en que empezaron todos mis problemas: exactamente en noviembre del año 2278.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Un clásico

Yuri Vasiliev tiene cuarenta años y algunas copas de más. Mírenle bajo la ventana del señor Kuznetsov, cubierto de nieve, haciendo esfuerzos para mantenerse en pie y con la nariz tan colorada como un tomate maduro.
Oh, ¿he mencionado que es de noche? Bien, esto es importante, porque Yuri Vasiliev suele ser más valiente cuando todo el mundo duerme. Claro, el hecho de que haya bebido más de la cuenta también ayuda.
Diré también, pues me siento obligado a decirlo, que el señor Kuznetsov está sordo como una tapia y tiene el inexcusable efecto de ser una persona confiada. Por esto último, suele dejar la puerta de la calle abierta, incluso cuando nieva, como esta noche. Su criada, la dulce y amable Lena, que se encuentra de vacaciones, siempre le pide a gritos -pues, repito, el señor Kuznetsov es muy duro de oído- que se acostumbre a cerrarla, porque es un trabajo realmente penoso tener que limpiar la nieve de la entrada todas las mañanas. ¡Dulce Lena, ahórrate el esfuerzo!, ¿no ves que no te hace ni caso?
Yuri Vasiliev se dirige a la entrada y abre lentamente la puerta, que rechina con un estruendo de mil demonios, y se encamina a la oscura escalera que da al piso de arriba. Algunos vecinos dirían más adelante que les despertó el ruido y que pensaron que el señor Kuznetsov había salido a pasear, pero que inmediatamente lo habían descartado porque aquellas horas no eran las más apropiadas, especialmente por el tiempo tan desapacible que hacía.
Volviendo al señor Vasiliev, ahí lo tienen, de pie frente a la puerta del dormitorio del señor Kuznetsov, con la respiración acelerada por los nervios y el sudor perlando sus sienes. Tarda unos segundos, pero finalmente se decide y abre la puerta. Lo encuentra en la cama, emitiendo ronquidos como rugidos de un animal salvaje. Se acerca a él y lo mira de frente, y sin dudarlo saca de su chaqueta un enorme cuchillo. ¡Oh!, ¿tampoco había mencionado que llevaba un cuchillo encima? Bien, si hubiera hablado de su chaqueta, probablemente habrían adivinado ustedes que dentro llevaba un cuchillo. Era obvio, ¿verdad?, nadie irrumpe en el dormitorio de alguien en plena noche si no es con malas intenciones.
Pues bien, Yuri Vasiliev saca el cuchillo y... se lo clava en la garganta. El señor Kuznetsov se lleva las manos al cuello, saca la lengua y hace un gesto de dolor, permítanme decir, cercano a la sobreactuación. Entonces, sencillamente, muere.
La alegría de Yuri Vasiliev, comprenderán por tanto, dura muy poco. ¿Qué ha hecho?, ¡ha sido todo tan fácil! Una víctima sorda, una puerta abierta, nocturnidad, un cuchillo... ¡Se lleva las manos a la cara y dice: Dios mío, Dios mío! Ahora tiene motivos para llorar: ¡Es tan prosaico, tan poco artístico...! ¡Tantos meses planeando el asesinato para acabar cometiendo un clásico!

viernes, 10 de septiembre de 2010

Un error

Continúa parpadeando unos minutos más. Sólo percibe destellos y colores, pero no distingue formas; sin embargo, los sonidos le llegan con total claridad. El problema es que son demasiados y están mezclados, y le cuesta distinguirlos de su propio pensamiento. Está confuso, se siente espectador de una película, acomodado en una butaca en algún lugar que no logra imaginar. Es consciente de lo que ocurre alrededor pero no de sí mismo. «Es extraño», piensa, «realmente extraño».
Pero después de esos minutos, tiene un instante de lucidez, y en ese momento llega corriendo alguien que afirma tener algunas pruebas, y viene gritando: «¡Era inocente!, ¿no veis que era inocente?» Escucha un gran revuelo y alguien dice: «¡Menudo error!»
La cabeza en la cesta de mimbre parpadea una última vez y en ese mismo instante tiene un pensamiento fugaz. Y aunque su pensamiento no tenga forma de imágenes ni de palabras, siempre juraré que equivale a gritar: «¡Sí, fue un error! ¡Fue un gran error!»

martes, 7 de septiembre de 2010

Brindis

-(...) Por el pasado, señores, y por el porvenir, ¡hurra!
Bebieron todos y fueron a abrazar a Zverkov. Yo no me moví; tenía mi copa llena ante mí.
-¿No queréis brindar? -rugió Trudolyubov, que había perdido la paciencia, encarándose conmigo con aire de amenaza.
-¡Quiero brindar solo... y después beberé, señor Trudolyubov!


Dostoievski, Memorias del subsuelo