lunes, 28 de junio de 2010

Mi llegada

Llegué a la ciudad de los cuadros escritos una noche de invierno, hace algunos años. La recuerdo como un lugar demasiado grande y demasiado frío, lleno de edificios altos que carecían de ascensor. Era a la vez ruidosa y apagada, gris y colorida, pero una ciudad en ruinas en cualquier caso.
Yo era un extranjero; así pues, la gente del lugar hablaba de mí. Algunos decían que estaba allí por trabajo; otros, que por amor; no faltaba quien decía que me había equivocado de estación, y, aunque todos tenían parte de razón pero ninguno estaba en lo cierto, les dejé seguir especulando.
En mi maletín no había pegatinas de Roma ni de Cancún, mi ropa nunca estuvo expuesta en los escaparates de los grandes almacenes y lo más llamativo de mi cara era una espesa barba desigual. Que no era la clase de extranjero que esperaban lo deduje de sus comentarios. "¿Es éste?", preguntaban unos con desprecio. "Qué poca clase", decían otros en sus abrigos de piel. Y unos y otros me siguieron con la mirada hasta que me detuve en el número 8 de aquella calle y metí la llave en la cerradura del sucio portal.

5 comentarios:

  1. ¿Abrigos? ¿de piel? tanto calor no hace, que el tipo prota del relato iba en mangas de camisa...

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  2. ¿Dónde pone que iba en mangas de camisa?

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  3. ¿Demasiada "poca cosa" para sus prejuicios? Besitos!!

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  4. No lo pone, pero al leer esto me lo imaginé así :P. De hecho, me sorprendería que no lo estuviera

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  5. Vicky, digamos que sí; en realidad, en la ciudad de los cuadros escritos, ningún forastero era bien recibido...

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